Leyendas

LA LEYENDA DEL JILGUERILLO

 

Cuenta la leyenda que hace cientos de años una tribu indígena se estableció en la zona Atlántica de nuestras tierras. Entre ellos había un guerrero muy cruel llamado Batsu. 

Un buen día Batsu decidió buscar esposa y escogió a Jilgue, una hermosa joven que acostumbraba pasear por el bosque cantando como un pajarillo. 

Cuando Jilgue se enteró de las intenciones de Batsu huyó a esconderse en el bosque.

Batsu estalló en cólera cuando supo que la joven había desaparecido y mandó a sus guerreros a buscarla. Al poco andar escucharon el canto de Jilgue. Pero cada vez que se acercaban al sitio de dónde venía el canto, Jilgue había desapareció. Entonces Batsu mandó a quemar el bosque. Cuando las llamas comenzaban a levantarse le gritó a Jilgue que si salía podía salvarse.

Ella le respondió que prefería la muerte. El fuego se hacía cada vez más fuerte. De pronto vieron como Jilgue cayó al cuelo u agonizó. Pero un pajarillo color ceniza, con el pico y las patas rojas, comenzó a cantar sobre sus cabezas. No era el canto de un pájaro, era la voz de Jilgue, que desde entonces se sigue escuchando en el canto de los jilgueros que hoy pueblan los bosques de nuestras tierras.

 

 

CAMINO DEL REFLEJO DE LUNA

De las cabelleras de olas canosas ascendían varios islotes, apoteósicamente como calma sagrada de su belleza pictórica, y el histórico lago de Peten Itzá de la antigua Tayasal, llevaba plegarias inefables a sus habitantes de su infinita candidez.

Por toda la extensión de sus playas, rubricaban las canoas su carrera en pos de recibir la bendición de ese paisaje majestuoso, en tanto que las nubes algodónicas parloteaban cercanamente, reflejando sobre el cielo de turquesa aquella alegría de policromismo terrenal. Ahí, en ese cuadro pintoresco de nuestros antepasados, en tiempo muy remoto, vivieron el rey Yaloch-Akul, la reina Sibala-já, y su hija, la princesa Xixilá. A los reyes siempre les gustaba, en día de luna, navegar por el lago, visitando sus pequeños islotes, que así como el islote de Santa Bárbara, sacaban su cresta sobre la superficie de las aguas. Eran sus momentos más felices;  pero su gran problema lo tenían en Xixilá, quien era bastante hermosa, de odorantes cabellos largos semi azulados, de grandes ojos negros de carbón, vestida de una piel morena quemada por el sol; y su cuerpo escultórico al caminar se ondulaba como la titilación de una estrella, y su boca grandiosa en su pequeñez, mostraba extravagante sensualidad.

Pero ese completo conjunto de belleza que la exaltaba, la hacía demasiado libertina y coqueta. A ella también le gustaba ir al lago a bañarse y deslizarse en las aguas, que acariciaban su cuerpo en las cuales jugueteaba y se zambullía, mostrando sobre el nivel, toda su desnudez, envidia de toda diosa griega.

Y lo que más le encantaba era nadar por el camino del reflejo de luna, que brillaba en las aguas como queriendo alcanzar, según ella, a la luna; y más aun, le gustaba hacerlo desobedeciendo a sus padres, los reyes, quienes ya no miraban las horas de desposarla con el mejor príncipe de su pueblo, pero Xixilá se oponía y argüía que era muy joven todavía.

 

Mientras nadaba, admiraba las colinas verdes y azuladas, que se reflejaban en el cristal gótico del lago, cual losa de hidalguía hereditaria de nuestros antepasados. Pues en este lago misterioso, en sus orillas, brillaban en harén místico las flores, que aromatizaban los islotes imperiosos de los mayas en épica euforia, y abrazaban el talle de Xixilá, quien gustaba de gozar la fecundación exótica de los paisajes.

Así continuó bañándose por las noches sin consentimiento de sus padres, que no lo notaban por ser esos días de luna en los que ellos solían navegar. Pero un triste día para Xixilá, la encontraron nadando, y los padres la reconvinieron, la encerraron en su aposento y la amenazaron, diciéndole que si lo volvía a hacer la desposarían con cualquiera del pueblo, aunque no fuese éste de su mismo rango; y con ello no tuvo más que contentarse con admirar desde lejos, en agonía, el ancho camino del reflejo de luna, que en prisma de iris envolvía en arrullo la inmaculada languidez de los jazmines que acariciaban en ondas de luz a los pueblos de su alrededor. Pueblos que, como la ciudad de Tayasal, joya heráldica de los mayas, se levantaban en índigo, ámbar y violeta, majestuosamente como sueños de alabastro.

Pasaron algunos años, y así siguió Xixilá, viendo a la lejanía el camino del reflejo de luna, el cual parecía llamarla ahora con más fervor, y esto influyó para que nuevamente volviera al lago, y en toda la virtud de su virgen desnudez, se dejara acariciar por sus mansas aguas, y principiara a nadar hacia el anchuroso camino brillantesco de luna; mas tuvo la desgracia de que los padres la vieran y cumplieran con la amenaza hecha la primera vez, y le advirtieron que ya nunca podría ir al lago en días de luna. Cuando el padre se expresó de esta manera, sollozó, como adivinando el mal que le acaecería a su hija, pues bien sabía que no iba a cumplir con sus órdenes, y menos con las de su esposo, a quien jamás llegaría a obedecer, siendo ella toda una princesa real ; sin embargo, Yaloch-Akul, hizo que nadara para alcanzar la luna, pero ella ya exhausta pidió perdón a su padre y le prometió no volver al lago.

Aunque siempre sucedió como se pronosticó mentalmente el rey, pues Xixilá fue al lago bajo un cielo de zafiro, en que se vestían las selvas de amazonita, despidiendo a la lejanía mil colores de topacio, granate y esmeralda, mientras se unían las estrellas primorosas en suspiros de ángeles celestiales, al golpe del viento, que danzaba con los árboles soplando sus danzarinas cabelleras. Xixilá, nuevamente se deslizó hacia el camino reflejo de luna, pero ella, como estaba encandilada por la luz lunar, no pudo ver que su padre se acercaba para decirle: —”Por tercera vez, maldita mujer, has desobedecido mis órdenes; por llo te maldigo a bañarte toda la vida, y ya que tanto te gusta el agua en días de luna, en ellos llorarás”. A pesar de que Xixilá, no dudaba del poder de su padre, se rio fuertemente de la maldición, por lo que el padre terminó diciendo: —”Así también te reirás por toda la eternidad”. Luego hizo desaparecer las aguas del hermoso lago, y Xixilá empezó a reir y a llorar volviendo a llenar de agua el lago, pero luego se secaba una y otra vez para volverse a llenar. Entonces Xixilá, en forma de delirio y desesperación se fue llorando hacia las montañas del sur, formando con sus lágrimas los ríos Usumacinta, Pasión, Chixoy y otros más. Ya cansada de caminar se sentó sobre un gran abismo que fue llenando hasta que lo convirtió en océano. Así continúa llorando hasta la actualidad, formando ríos y lagos, y cuando en las noches de luna se baña una persona en ríos, mares y lagos, todavía se escuchan los fuertes sollozos y la risa demente de Xixilá, que recuerda a La Llorona o Ixtabay de la tradición indígena de nuestros antepasados.

LA LLORONA

 

La Llorona, la mujer fantasma que recorre las calles de las ciudades en busca de sus hijos.

Cuenta la leyenda que era una mujer de sociedad, joven y bella, que se caso con un hombre mayor, bueno, responsable y cariñoso, que la consentía como una niña, su único defecto... que no tenia fortuna.

Pero el sabiendo que su joven mujer le gustaba alternar en la sociedad y " escalar alturas ", trabajaba sin descanso para poder satisfacer las necesidades económicas de su esposa, la que sintiéndose consentida despilfarraba todo lo que le daba su marido y exigiéndole cada día mas, para poder estar a la altura de sus amigas, las que dedicaba tiempo a fiestas y constantes paseos.

Marisa López de Figueroa, tuvo varios hijos estos eran educados por la servidumbre mientras que la madre se dedicaba a cosas triviales. Así pasaron varios años, el matrimonio.

Figueroa López, tuvo cuatro hijos y una vida difícil, por la señora de la casa, que repulsaba el hogar y nunca se ocupo de los hijos. Pasaron los años y el marido enfermó gravemente, al poco tiempo murió, llevándose " la llave de la despensa ", la viuda se quedó sin un centavo, y al frente de sus hijos que le pedían que comer. Por un tiempo la señora de Figueroa comenzó a vender sus muebles. Sus alhajas con lo que la fue pasando.

Pocos eran los recursos que ya le quedaban, y al sentirse inútil para trabajar, y sin un centavo para mantener a sus hijos, lo pensó mucho, pero un día los reunió diciéndoles que los iba a llevar de paseo al río de los pirules. Los ishtos saltaban de alegría, ya que era la primera vez que su madre los levaba de paseo al campo. Los subió al carruaje y salió de su casa a las voladas, como si trajera gran prisa por llegar. Llegó al río, que entonces era caudaloso, los bajo del carro, que ella misma guiaba y fue aventando uno a uno a los pequeños, que con las manitas le hacían señas de que se estaban ahogando.

Pero ella, tendenciosa y fría , veía como se los iba llevando la corriente, haciendo gorgoritos el agua, hasta quedarse quieta. A sus hijos se los llevo la corriente, en ese momento ya estarían muertos . Como autómata se retiro de el lugar, tomo el carruaje, salió como "alma que lleva el diablo ", pero los remordimientos la hicieron regresar al lugar del crimen. Era inútil las criaturas habían pasado a mejor vida. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se tiro ella también al río y pronto se pudieron ver cuatro cadáveres de niños y el de una mujer que flotaban en el río.

Dice la leyenda que a partir de esa fecha, a las doce de la noche, la señora Marisa venia de ultratumba a llorar su desgracia: salía del cementerio (en donde les dieron cristiana sepultura) y cruzaba la ciudad en un carruaje, dando alaridos y gritando ¡ Aaaaay mis hijos ¡ ¡ Donde estarán mis hijos ¡ y así hasta llegar al río de los pirules en donde desaparecía. Todas las personas que la veían pasar a medianoche por las calles se santiguaban con reverencia al escuchar sus gemidos y gritos. Juraban que con la luz de la luna veían su carruaje que conducía una dama de negro que con alaridos buscaba a sus hijos.

Las mujeres cerraban las ventanas, y al trasnochador que venia con copas, hasta la borrachera se le quitaba al ver aquel carro que conducía un espectro, donde iba la llorona, del carruaje salían grandes llamaradas y se escuchaba una largo y triste gemido de una mujer, un esqueleto vestido de negro, el que guiaba el carruaje, jalado por caballos briosos. Un día, cuatro amigos, haciéndose los valientes, quisieron seguir al carruaje que corría a gran velocidad por céntrica calle de Aguascalientes que daba al río pirules.

Ellos la seguían, temblando de miedo, pero dándose valor con las copitas, dio un ultimo grito de tristeza y dolor ¡ Aaaay mis hijos ¡ y desapareció con todo y carruaje.

 

 

LEYENDA DEL ORIGEN DEL LAGO DE ATITLAN

Los orígenes del Lago de Atitlán son de hace mucho tiempo cuando los cakchiqueles dieron muerte a saetazos a Tolgom: se marcharon más allá del lugar de Qakbatzulú y arrojaron a la laguna los pedazos de Tolgom. Desde entonces es famosa la punta del cerro del lanzamiento de Tolgom. Enseguida dijeron: Vamos adentro de la laguna. Pasaron ordenadamente y sintieron todos mucho miedo cuando se agitó la superficie del agua.De allá se dirigieron a los lugares llamados Panpatí y Payán Chocol, practicando sus artes de hechicería. Allí encontraron nueve zapotes en el lugar de Chitulul. A continuación comenzaron a cruzar el lago todos los guerreros yendo por último Gagavitz y su hermana llamada Chetehauh. Hicieron alto y construyeron sus casas en la punta llamada actualmente Qabouil Abah. Enseguida se marchó Gagavitz; fue realmente terrible cuando lo vieron arrojarse al agua y convertirse en la serpiente emplumada. 

Al instante se obscurecieron las aguas, luego se levantó un viento norte y se formó un remolino en el agua que acabó de agitar la superficie del lago. 

Los poblados mencionados han de haber estado en la parte noroeste del lago, mientras que lo siguiente pudo haber sucedido cercano al actual Santiago Atitlán: Allí deseaban quedarse las siete tribus, querían ver la ruina del poder de los zutujiles. Cuando aquellos bajaron a la orilla del agua y se detuvieron allí, les dijeron a los descendientes de los Atziquinahay: Acaba de agitarse la superficie de nuestra laguna, nuestro mar ¡oh hermano nuestro! Que sea para ti la mitad del lago y para ti una parte de sus frutos, los patos, los cangrejos, los pescados, les dijeron. Y después de consultar entre sí, contestaron: Está bien, hermano. La mitad de la laguna es tuya, tuya será la mitad de los frutos, los patos, cangrejos y pescados, la mitad de las espadañas y las cañas verdes. Y así también juntará la gente todo lo que mate entre las espadañas. 

Así respondió el Atziquinahay. De esta manera fue hecha la división del lago, según contaban nuestros abuelos. Y así fue también como nuestros hermanos y parientes se quedaron con los zutujiles. Pero nosotros no aceptamos la invitación para quedarnos. Nuestros primeros padres y abuelos, Gagavitz y Zactecauh se fueron y pasaron adelante entre las tinieblas de la noche. 

Cuando hicieron todo esto no había brillado la aurora todavía, según contaban, pero poco después les alumbró. Luego llegaron al lugar de pulchich de donde partieron en grupos.


 

 

 

LEYENDA DE LA TATUANA 

Apareció en mitad de la plaza del pueblo como quien planta un árbol y espera que de fruto al instante. Erguida hasta la arrogancia, saludable y en ademán de invitar a la cata del fruto prohibido. Dijeron que había llegado en barco sin que pudiera afirmarse que lo vieron arribar en playa o puerto alguno. 
Corrían los tiempos de la Inquisición y su temible brazo castigador conseguía vadear las aguas del Atlántico sin perder nada de su lava destructora, cuando la mujer más hermosa a la que accediera mirada humana se presentó bajo el nombre de Tatuana. 
Apenas transcurridos unos meses, y sin que tampoco nadie pudiera explicar de dónde salieran los dineros, montó casa. Y era casa de postín y mucha juerga por la que no hubo hombre maduro ni joven que no se dejara caer , cuando menos, alguna nochecita. 
El tiempo pasaba y los adoquines se embriagaban noche y día de chillones atuendos coronados por generosos escotes. 
Todos sabían y callaban, hasta que llegó el día en que la Tatuana celebraba fiesta de aniversario de la feliz inauguración de su casa cuando con mandado de la Inquisición vinieron a buscarla y a prenderla. 
“Y de qué se me acusa” quiso saber. La respuesta sólo llegó tras varios días de encierro al conducirla ante el Tribunal . Se le acusaba de bruja por haber hechizado a todos los hombre s de la localidad, amén de muchos extranjeros de paso. 
No tuvo defensa ni tortura pues la condena fue inmediata: moriría quemada viva. 
La Tatuana, aún espléndidamente ataviada de fiesta en la víspera de su ajusticiamiento, miró desde lo más profundo de sus negros ojos a los de su carcelero y le rogó que le concediera un último deseo: un carbón para dibujar. 

Por la mañana vinieron a buscarla para conducirla hasta la pira. En uno de los muros, con trazo firme y algo infantil, se veía navegando y alejándose un velero como el que decían que la había traído alas costas de América, el catre aún caliente y la celda vacía. 

 

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